"La dificultad no debe ser un motivo para desistir sino un estímulo para continuar"

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Pigmeos

PIGMEOS. Jorge Muñoz Gallardo. El padre de Marquito entró sonriendo en la habitación de su hijo, bajo el brazo llevaba un libro. Intentó hablarle con voz suave, conciliadora. Pero, Marquito siguió concentrado en la pantalla del ordenador, destrozando soldados, mutilando brazos y piernas, en una batalla virtual cruenta y despiadada. El padre se aproximó unos pasos, le tocó el hombro y le mostró el libro. Marquito respondió con una fría indiferencia. -Hijo, quiero hablarte de los pigmeos... Marquito no abandonó su postura rígida delante del ordenador, un tanto inclinada hacia el teclado, pero con los ojos fijos en la pantalla. De los parlantes salían alaridos, disparos y otros ruidos catastróficos. El padre repitió sus palabras, ahora con un extraño temblor. El niño no respondió. Entonces, una súbita transformación tuvo lugar en el padre, lanzó el libro al suelo, se precipitó sobre el ordenador, arrancó de un tirón los parlantes, golpeó la pantalla y el teclado fue a estrellarse en la pared. En unos pocos minutos el aparato estaba hecho pedazos y Marquito llorando. Mientras la madre calmaba al niño, el padre salió de la casa dando un portazo. Necesitaba caminar para desahogar toda su frustración. Había escuchado a un psiquiatra entrevistado en un programa radial, decir que era bueno caminar unas veinte cuadras diarias para serenar el ánimo. Cuando llegó a una pequeña plazuela, que por fortuna, estaba completamente solitaria, se dejó caer en una de las bancas y hablando para sí mismo, dijo: “Yo sólo quería hablarle de los pigmeos, decirle que los antropólogos han estudiado a esos hombrecitos y han descubierto con asombro que en su vocabulario no existe la palabra felicidad. Y no existe porque no la necesitan, porque ya la tienen, porque son felices, eso era todo”. Enseguida se puso a llorar porque él no era un pigmeo.

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